Reflexiones de CER

Cuando el Silencio Cuida y el Callar Duele

El silencio, en cambio, puede ser un abrazo. Un “todavía no” que protege. Un “voy a escucharme mejor” que ordena. No se regala fácilmente; se elige. No es una coraza muda: es un cuenco. Y desde ese cuenco, hablar deja de ser disparo o defensa y se vuelve puente.

El silencio, en cambio, puede ser un abrazo. Un “todavía no” que protege. Un “voy a escucharme mejor” que ordena. No se regala fácilmente; se elige. No es una coraza muda: es un cuenco. Y desde ese cuenco, hablar deja de ser disparo o defensa y se vuelve puente.

El silencio, en cambio, puede ser un abrazo. Un “todavía no” que protege. Un “voy a escucharme mejor” que ordena. No se regala fácilmente; se elige. No es una coraza muda: es un cuenco. Y desde ese cuenco, hablar deja de ser disparo o defensa y se vuelve puente.

El silencio, en cambio, puede ser un abrazo. Un “todavía no” que protege. Un “voy a escucharme mejor” que ordena. No se regala fácilmente; se elige. No es una coraza muda: es un cuenco. Y desde ese cuenco, hablar deja de ser disparo o defensa y se vuelve puente.

No se trata de volverse experto en conversaciones difíciles ni de aprender la frase perfecta que nunca hiere. Nadie nos debe perfección. Nos debemos presencia. Un pequeño paso que no traicione la verdad: pedir un momento, nombrar la necesidad sin acusar, sostener un límite sin levantar un muro.

Cuando acompañamos desde la Gestalt, miramos lo que ocurre aquí y ahora: el hombro que se tensa cuando el otro frunce el ceño, la voz que se apaga al tercer intento, la sonrisa que aparece cuando una palabra encuentra su forma. El cuerpo, otra vez, es mapa y brújula. Nos avisa cuándo estamos a favor de nosotros y cuándo nos estamos abandonando.

Si estás leyendo esto quizá ya lo intuyes: darse cuenta es el primero. Notar que hay una elección; que podrías callar “para que todo siga igual” o elegir un silencio que te cuide hoy para poder hablar mejor mañana. No es fácil. Tampoco es grandioso. Es posible. Y, en lo cotidiano, lo posible transforma más que lo espectacular.

A veces, elegir con consciencia no resuelve la historia como en los finales redondos. Te deja, más bien, con algo humilde y precioso: la sensación de haber estado. Quizá el otro no cambie; quizá sí. Pero tú te quedas contigo. Y desde ahí, poco a poco, con pasos chicos, se mueve lo que necesitaba moverse.

Antes de cerrar, te dejo esta imagen que uso a menudo: tu palabra es una semilla; tu silencio, la tierra. Si siembras en piedra, no crece. Si nunca plantas, tampoco. Elegir cuándo y cómo decir es elegir el suelo. Y eso, más que una técnica, es un gesto de amor propio.

Hoy no te pidas discursos brillantes ni decisiones definitivas. Pregúntate algo simple: ¿qué cuida mi verdad y también la relación? Si la respuesta es “darme tiempo”, honra ese silencio. Si es “pedir un momento y decirlo con calma”, busca la hora, nómbralo con claridad y sostén tu paso. Un pequeño paso, el tuyo. Lo real nace ahí.

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Carmen Elvira Rojas

Terapia Gestal e Inteligencia Espiritual

Prueba 2

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